jueves, 25 de octubre de 2018

Mi Madre

Continuamos con la publicación de los relatos ganadores de la V edición del Concurso Infantil Iberoamericano de Relatos Breves, Otro Mundo es Posible, que convoca cada año Ong Otromundoesposible. En ésta ocasión el correspondiente a la categoría "Iguales en Derechos y Oportunidades".


Me llamo Estrella y tengo diez años, mi madre Ana una mujer muy hermosa de larga cabellera, ojos grandes negros muy vivaces, donde  reflejaba mi rostro redondo.

Puedo  recordar sus ojos llorosos cuando mi padre la golpeaba, él decía que en casa  los hombres mandan y la mujer debe obedecer incluso dios mandaba eso; no creo y mi madre tampoco lo creyó así, por eso huimos, sí huimos en una noche  muy oscura, cogimos todo el dinero ahorrado y tomamos el autobús que se paró en medio de la carretera, nos fuimos lejos, lejos, muy adentro de la selva, ahí  no nos encontrará decía mi madre.

Y así fue, no nos encontró, mi madre, me enseñó a trabajar, el significado de orgullo y que las mujeres  somos iguales que los  hombres pues trabajamos y que podemos ganar dinero para vivir.
Mi madre me esperaba a la salida del colegio para luego vender juntas los dulces que preparaba, me parecía divertido y muy interesante, soñábamos y soñábamos con la  pastelería , juntas lo lograremos decía una y otra vez; esa frase  se quedó  grabada en mi corazón  y trabaje junto a  ella, muchas noches en vela, trabajando, muchas carencias, pero ya faltaba poco, un poco más, si, yo sabía  esperar un poco más .

Esa mañana mi madre me dijo muy contenta, ya lo logramos  abriremos la pastelería mañana en tu cumpleaños, ese sería mi regalo, nos abrazamos y lloramos  de alegría,  un llanto lleno de triunfo y alegría. Me puse mi mejor  vestido y ella  muy hermosa se soltó la cabellera que brillaba con el reflejo  del sol, nos esperaban  unos  cuantos amigos y el párroco de la iglesia, fue muy   memorable,  muy especial, un sueño  hecho realidad, después de  tanto sufrimiento no nos dejamos vencer, estábamos ahí integras, fuertes, decididas a seguir adelante y junto a mí, mi madre mi guía, mi alegría, mi cómplice, mi heroína real, mi madre Ana .


Autora: Jimena Segura Arroyo 
Edad: 10 años
Colegio: Fe y Alegría N° 67 “María Inmaculada”. Perú

lunes, 8 de octubre de 2018

Lo que mis alumnos me enseñaron

Durante buena parte de mi vida he sido maestra. No ingresé en el Magisterio con una clara vocación docente. Sabía, sí, que me interesaban los niños: que si fuera médico me especializaría en Pediatría, y si fuera juez, en Menores. 



Sabía también que era curiosa para el conocimiento y me gustaba transmitir lo que aprendía. Sin embargo, para transformar mi interés genérico por la infancia en una vocación clara, tuve que atravesar un proceso casi químico: de amalgamar y producir sustancias nuevas. Mis alquimistas fueron Mariano Martín Alcázar y otros profesores extraordinarios de mi escuela universitaria. De allí salí con la seguridad de que había acertado en la elección profesional y de que comprometer la vida en ser maestra me llenaría de felicidad. Cuarenta años después sé que no me había equivocado.

Conocí a mis primeros alumnos allá por 1980, en el centro de educación especial “María Corredentora”, de Madrid. Recuerdo que trabajaba allí un grupo incandescente de profesoras. De ellas y de aquellos niños y niñas aprendí que en mi clase no podría haber nunca un rincón para el desánimo.

Ingresé en la función docente en 1981 y mi primer centro público fue el colegio “Arquitecto Gaudí”, también de Madrid, que escolarizaba un alumnado de alto nivel social y económico.  En aquel primer año de funcionaria novata, aprendí de los chicos a no tomarme demasiado en serio a mí misma. También aprendí que hay diferentes tipos de polvos pica-pica.

Después di clase en La Codosera, un pueblo de Badajoz fronterizo con Portugal  a donde por entonces no llegaba la carretera. Mis alumnos no habían recibido nunca una carta y mi propio abuelo escribió treinta diferentes, dirigidas a aquellos chiquillos, así que celebramos una gran fiesta cuando llegó el cartero. Recuerdo que las familias del pueblo me inundaban a diario de pan caliente y leche recién ordeñada. Por entonces aprendí el valor esencial de muchas cosas sencillas.

Dirigí un grupo de teatro escolar en el colegio público “Juan Vázquez”, de Badajoz capital, con el que preparé durante todo un trimestre la Historia de una escalera, de Buero Vallejo. Compartimos muchas horas de ensayos en las que aquellos chicos de octavo de EGB sacaron de sí mismos talentos y pasiones desconocidas. Estrenamos nuestra obra el día que murió Luis Álvarez Lencero y allí, en un salón de actos de colegio, ante media entrada de padres y niños pequeños, mis alumnos y yo guardamos un minuto de emocionado silencio por la memoria del gran poeta extremeño. Ese homenaje fue iniciativa de los jóvenes actores, que me dieron entonces una gran lección. Aprendí tanto de aquellos chicos que todavía hoy ocupan un lugar especial en mi memoria y mi corazón.

En el colegio “Ciudad del Aire” de Alcalá de Henares aprendí de los alumnos y de un maravilloso director la importancia que tiene para un docente la autodisciplina. Y recuerdo con emoción a aquel chiquillo que me pidió dirigirse solemnemente a la clase, y entonces dijo: “Por favor, no me llaméis Nacho. Mi nombre es Ignacio y me gusta ser yo mismo.” Lo apunté para tenerlo yo también en cuenta.

Del “Fray Albino” de Santa Cruz de Tenerife me traje la paciencia. Mis alumnos la tuvieron a manos llenas conmigo y mi dificultad para aprender los nombres guanches.

En el “Manuel Azaña” de Alcalá de Henares, donde di clase durante quince años entre enormes dificultades por las circunstancias sociales de los alumnos, comprendí la profunda complejidad y belleza de la docencia. Entre tantos chicos y chicas que pasaron por mi aula recuerdo a un alumno guineano que no podía aprender a escribir y se convirtió en buen jugador de ajedrez; a una alumna gitana llena de talento e inteligencia que dejó de asistir a la escuela; a un pequeño con un grave desequilibrio psíquico, del que no conseguí nunca una mirada pero que un día me tomó la mano y me la besó; y a una alumna abandonada por una madre alcohólica a quien recuerdo a diario con la sensación de que no hice por ella lo suficiente.

De nuevo en Madrid, en el “Padre Coloma”, di clase a un grupo de sexto de Primaria con el que compartí mi amor por los cuentos de Borges y que supieron adaptar El Aleph a un teatrillo de marionetas. El último día de curso del año 2000, cuando sonó el timbre que anunciaba el final de la hora de clase, todos se quedaron sentados y en silencio. Yo les pregunté por qué no se marchaban a casa y el delegado, de pie y en nombre de todos, me dijo: “No queremos separarnos de ti, profe.” Lo considero uno de los momentos más bellos de mi vida.

Después de un paréntesis de trece años, en el cual tuve el honor de defender al profesorado desde el sindicato ANPE, regresé a la escuela para encontrar de nuevo la belleza de esa forma única de comunicación entre seres humanos que es la relación educativa. Y desde el CEIP “San Miguel” de Hortaleza, rodeada de compañeros excelentes, aprendo y reaprendo cada día por qué me hace tan feliz compartir con los alumnos la dura, absorbente, mágica y feliz trinchera de la escuela.

A las puertas de la jubilación, comprendo que este compromiso ha sido un buen viaje para la vida. No existe poder de transformación más grande que el de un maestro sobre su discípulo, ni poder de transformación más bello que el de un discípulo sobre su maestro. Todo lo que sé de la educación se ha fundamentado en el encuentro con personas y lo he recibido a través de ellas. De mis alumnos y de mis compañeros, de todos aquellos con quienes se ha cruzado la línea de mi vida, aprendí y aprendo. A diario.

A partir de ese bagaje de encuentros, he escrito el libro “Lo que mis alumnos me enseñaron”, con profundo agradecimiento por tanto aprendizaje como les debo. Está compuesto por reflexiones breves y diversas que he ordenado alfabéticamente como un guiño a los contenidos de la escuela. Espero que resulten útiles a quienes la voz de un niño dice: “Enséñame el mundo.”

Carmen Guaita

viernes, 5 de octubre de 2018

LUCAS

CONTINUAMOS CON LA PUBLICACIÓN DE LOS RELATOS GANADORES DE LA V EDICIÓN DEL CONCURSO INFANTIL IBEROAMERICANO DE RELATO BREVE, OTRO MUNDO ES POSIBLE. EN ESTA OCASIÓN EL CORRESPONDIENTE A LA CATEGORÍA "JUNTOS EL MUNDO ES MEJOR".



Érase una vez, un niño, llamado Lucas, al que siempre su abuela le preguntaba cosas. Había una pregunta a la que respondía siempre igual:
– ¿Qué quieres ser de mayor?
 Él, obviamente le decía siempre que quería ser futbolista, porque era su sueño.
 La abuela siempre lo miraba y sonreía. Hasta que un día, su abuela, Ángeles, le pregunto:
-¿Vas a tener hijos, cuántos, los vas a cuidar? Ah, no, lo de cuidarlos es cosa de chicas. Exclamó Ángeles. Lucas se extraño, pero no comentó nada.
Al llegar a casa con su madre, se lo contó todo, y su madre le explicó que su abuela había vivido en una época muy machista, y que estaba bien visto que las mujeres tuvieran menos poder y que hicieran las tareas de la casa.
La siguiente vez que Lucas fue a casa de su abuela, la miró con desprecio, y la pobre abuela, entristecida, le pregunto que qué le pasaba, y él le dijo que ella era machista y que no quería estar con ella. Ángeles se fue lagrimeando a su cuarto.
Minutos después, Lucas se dio cuenta de que lo que había hecho no estaba bien, y que le había hecho daño a su abuela, que a pesar de todo le había tratado bien.
Así que fue y se disculpó por haberla tratado así y comprendió que ella no tenía la culpa, que solo era una forma de pensar de su época. Lucas se sintió aún más culpable y se disculpó más y le explico que a él le habían educado de otra manera, todo se comparte porque juntos el mundo es mejor, los problemas se reparten, y la felicidad también.

Alumno: Flor Rangone Spinassi
Edad: 12 años
Colegio: CEIP Amadeo Vives, Madrid, España